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martes, 21 de octubre de 2008

Los Silenciosos

MASSIMO BONTEMPELLI

Érase una vez, en un café, dos amantes, que ya no tenían nada que decirse. Su aspecto, de aflicción más que de otra cosa. Esta aflicción era en el hombre enteramente externa; en la mujer enteramente interna. En la mujer tienen que hacerse internas todas las exterioridades. La aflicción de aquella mujer produjo en ella un resentimiento complejo que estalló en estas palabras: Ya podías decirme algo, siquiera por la gente. En vano buscó el hombre, desesperadamente, un argumento. La mujer no podía o no quería sugerírselo. Pero como ambos, aunque amantes, eran dos personas de espíritu, llegaron prontamente a un acuerdo: se pusieron a contar en voz baja. El hombre comenzó, acercándose a ella, con expresión misteriosa.
- Uno, dos, tres...
La mujer replicó adusta.
- Cuatro, cinco, seis, siete.
El hombre, al oír aquellas palabras, se dulsificó y murmuró con patetismo.
- ocho, nueve, diez.
No se convenció la mujer, por lo visto, y le fulminó una descarga.
- Once, doce, trece...
Y así continuaron hasta que se hizo de noche...

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